domingo, 27 de marzo de 2011

Teoría de la Transición Demográfica/2


Contexto histórico del que surge y problemas a los que responde

Según Malthus y su particular concepción de la “naturaleza humana”, las personas se reproducen descontroladamente mientras los recursos lo permitan, hasta alcanzarse un estadio insostenible. Estamos abocados a la catástrofe si no ponemos un freno moral a la procreación (véase la página dedicada a Malthus).

Se equivocaba en todo. Precisamente en su época la industrialización empezaba a elevar los recursos de forma jamás sospechada y, simultáneamente, la moralidad a la que apelaba entraba en un profundo declive. Sin embargo entre las personas de los países más avanzados en ese proceso lo que empezó a extenderse no fue el crecimiento descontrolado, sino una fecundidad cada vez menor. Aún más, los métodos con los que se conseguía esa reducción cada vez tenían menos que ver con los “frenos morales” predicados por Malthus, y más con la extensión de métodos anticonceptivos artificiales muy alejados del moralismo que él predicaba (véase “malthusianismo). Se iniciaba un descenso nunca visto de la fecundidad, que iba a provocar un nuevo miedo demográfico, muy distinto al de Malthus.

A finales del siglo XIX el modelo de “Estado nacional” se había extendido, y el volumen de la población empezaba a ser visto como un arma estatal esencial en los conflictos internacionales y en la “salud” interior. Este nuevo tipo de Estados había mejorado notablemente las herramientas de medición poblacional (censos modernos, registro civil de acontecimientos vitales, institutos de estadística). Fue entonces cuando las élites gobernantes empezaron a recibir noticias del cambio que se estába produciendo: la fecundidad venía disminuyendo sostenidamente, al menos durante buena parte del siglo XIX, y ya a principios del siglo XX se situaba por debajo de los 2 hijos por mujer en muchos países europeos.

El miedo al declive demográfico por parte de las élites gobernantes proporcionó entonces a la demografía su impulso definitivo. Los Estados más poderosos se volcaron en su financiación y desarrollo, a cambio de encontrar remedios, políticas de población que desviasen la dinámica poblacional en una dirección diferente. Las clases dominantes, que se veían en peligro, usaron sus propias claves ideológicas para interpretar estos cambios, y los primeros diagnósticos fueron morales, como lo habían sido para Malthus, por mucho que en un sentido opuesto. La principal explicación del descenso de la fecundidad se busca en la pérdida de valores. El evolucionismo, la reciente “revolución científica” iniciada por Darwin, es aplicado al análisis de las poblaciones humanas, y se habla de “degeneración” y “decadencia” social (ver el post sobre La Decadencia de Occidente). Y las principales culpables son fáciles de encontrar, porque son las personas que paren a los niños: las culpables son las mujeres.

En efecto, si las mujeres tienen menos hijos debe ser porque ya no mantienen los principios tradicionales. Han perdido el respeto a la familia, al padre, al esposo, a las costumbres… incluso traicionan a su patria (es una época de exaltación nacional, que alcanzará el paroxismo con la primera guerra mundial; los hombres luchan, y las mujeres deberían parir muchos hijos para reponer las bajas, y no lo hacen; puedes ver aquí un post sobre el natalismo militarista francés). Por otra parte, a finales del siglo XIX algunas empieza a querer estudiar en las universidades, aparecen las sufragistas reclamando el voto femenino, surge el neomalthusianismo predicando el goce libre del cuerpo y promocionando anticonceptivos artificiales (que hasta entonces sólo usaban las prostitutas), un cúmulo de coincidencias, en fin, que señalan unánimemente su culpabilidad. De hecho la “educación” y adoctrinamiento de las mujeres para que cumplan sus funciones “naturales” de forma eficiente se convierten en objetivos prioritarios de las políticas sociales de la época.

Pero el trabajo estadístico seguía acumulando datos, y en distintos países empezaba a dibujar una explicación muy distinta. Lo observado de forma reiterada y coincidente es que los países que veían descender intensamente la fecundidad habían experimentado con antelación un progreso económico y social revolucionario, que se traducía en un descenso tanto o más acusado de la mortalidad. No había degeneración moral, ni decadencia, ni era el final de Occidente ante los bárbaros de otros contienentes, más prolíficos. Por el contrario, el triunfo de Occidente (económico, político, militar, cultural) se traducía en un nuevo régimen demográfico.

•Arango, J. (1980), “La teoría de la transición demográfica y la experiencia histórica“, publicado en Revista Española de Investigaciones Sociológicas, (10): 169-198.



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